Por Jorge Lozano López en A Voz Limpia Seis

Escondidas en el viejo disco duro de 500GB, arrumbadas en el fondo de las carpetas junto a viejas tareas universitarias y trámites pasados. Atoradas entre otros miles de archivos de Dropbox, y algunas todavía adjuntas en correos electrónicos sin revisar. Esas son las fotos, las fotos que olvidé recordar.

Fotos que de manera rampante tomaba con mi vieja cámara de 1 Megapixel algunos ayeres. Aquel viaje escolar a Veracruz, aquel primer concierto, aquellos tacos placeros de la esquina del trabajo bañados en salsa acompañados de una Coca-Cola light. Fotos que retratan mi vida, mi paso por la pubertad y varios años después. Fotos que intentaban reflejar lo que mi vista se robaba en esos momentos. Son estas fotos las que lloran y piden a gritos ser contempladas una vez más.

En los intrincados recovecos de los unos y ceros, se llenan de moho cibernético, se cobijan las unas con las otras en las sombras húmedas de  las cuevas de silicio pues no pasaron el filtro de Facebook y nunca serán orgullosas portadoras de un “like” o de algún comentario simpático con uno que otro hashtag.

Y no hablo de las fotos asesinadas: de esas imágenes muertas por mi propia mano. Las que no sobrevivieron por estar desenfocadas, o a las que le salieron 3 clones más con mejor calidad. Hablo de estas otras que no tuvieron algún valor en este nuevo tipo de cambio que son los likes de las redes sociales: fotos borrosas, fotos sencillas que no alcanzaron a pasar la vara cada vez más alta de las nuevas aventuras de la vida y la modernidad.

Esas fotos atrapadas, fotos olvidadas, fotos que en su momento pensé que detendrían el tiempo. Fotos que saqué con los celulares que compraba. Fotos para tener todo el mundo en mi bolsillo. Porque así somos ahora en realidad: voraces e insaciables por tenerlo todo en nuestras pantallas digitales, todo al alcance de nuestros dedos.

Son estas fotos aburridas de ser olvidadas las que a veces deciden divertirse. Todas ahí apiñaditas salen de las carpetas que las aprisionan y se ponen a jugar a las escondidas unas con otras. Hay otras, las más tímidas, que se quedan jugando consigo mismas, siguen perdidas sin saber qué será de su vida.

Otros días (los más emocionantes), deciden hacer fiesta en su comarca, invitan a sus vecinos los archivos de mp3 para ambientar su reunión; son todas incluyentes, pues saben que entre rechazados uno no puede darse el lujo de despreciar la compañía de los demás.

Hay otras más osadas que deciden aprender algo para ser más atractivas, soñando que llegará el día que yo las vuelva a ver y las descubra más interesantes, les encuentre algo nuevo y las suba al Facebook para ser presumidas a todo el mundo. Se retocan entonces sus pixeles, aprenden a bailar. Otras más aventuradas deciden practicar el deporte extremo de incrustarse emoticones por aquí y por allá.

Pero nada funciona, nada sirve en esta soledad. Seguirán atoradas en el limbo de la carpeta olvidada, porque las fotos que se hacen ya no existen para verse sin parar. Las fotos que ahora se hacen solo existen para ser tomadas, perderse y no volverlas a mirar.acordarse de ellas jamás.

Estas fotos seguirán contando las horas, los días y los meses, hasta que llegue un hacker bien o mal intencionado (que eso no lo sabré) y haga una copia ilegal de ellas para recordarme que algún día estuve en una playa paradisiaca a las orillas de Oaxaca, que recorrí el camino Inca de Machu Picchu o que simplemente me quedé jugando videojuegos en la casa de mi primo.

Las viejas fotos de tan solo 200 Kb, las de baja resolución que como ratoncitos corren por los túneles entre carpetas; esas son las que no serán vistas una vez más. Pero tampoco las fotos 4k del celular de última generación, los armatostes pesados orgullosos de su alta definición que se mueven como elefantes gigantes, calmos y sigilosos hacia algún rincón sin nombre de la nube digital, tampoco esas gozarán de mejor suerte. Una vez que han sido tomadas, revisadas y seleccionadas, serán olvidadas por la eternidad.

Son a estas fotos a las que les hablo ahora, para recordar que siguen ahí, para recordar que fueron parte de mi vida y para volverlas a observar. Regresaré a ellas y tal vez me hablen para descubrir que no necesito tanto, que no necesito ser tan voraz y que lo mejor que puedo hacer es regalarles un poco de mi tiempo para salir de lo egoísta que es ahora la realidad.